Cáncer

Tan enferma de todo lo que no digo, que estoy perdida en el tamborileo de aquellas ideas dentro de mi mente, y consumen mi juicio.

Y ahora no sé por dónde empezar a escupir todas las palabras que pudren cada paupérrimo micrómetro de razón, y no sé a quién, ni en dónde.
Es tal el consumo de mi mente que ha empezado a hervir, y a golpear contra las paredes las palabras que quieren huir, que quieren saltar a oídos de cada uno, de todos, de nadie.
Saben que al saltar, el alivio y la culpa serán igual de grandiosos, y aún así ordenan a la frente arremeter el ladrillo para quebrar su caja, ordenan a las manos drenar el dolor de la sangre.
Aún así piden abrir una grieta de lado a lado para escapar, y es la cabeza quien lo pide, que quiere liberarse de aquellas palabras que de a poco devoran el sentido, y te sumen en tal disyuntiva que no sabes ya si vas o si vienes, si vives o duermes, si hablas o callas. Y por el miedo de hablar lo que no debe, se cierra la boca, por miedo a dejar salir las palabras, y ya no dices nada más. Ya no dices nada. Hasta que dejas de distinguir aquellas palabras que pueden pronunciarse, y se sueldan los dientes para asegurar la jaula, para no dejar escapar nada, para no decir nada, para evitar el error; y olvidas la lengua, y tu alma se vuelve tóxica, tu mirada carbón, tus manos puños escarlata, tus pulmones volcanes de ruidosos suspiros sulfúricos, tu corazón un mero órgano que distribuye resentimiento por cada célula viva, y las asesina.

Son tan venenosas algunas palabras, tan viles, tan perversas, tan nocivas. Tan hirientes. Y tan enferma estoy de lo que no digo.