Introducción al Final de una Historia Trágica.
Contaré los últimos días de esta mujer. ¿Que si va a morir? Pues sí, al fin de cuentas todo mueren, de aquí que es el final; inevitable y trágico final, o inevitable y feliz, o inevitable e inevitable, y nada más. Y es, en resumen, lo único que tenemos en común todos los seres humanos: la muerte. Humanos digo por no decir todo lo vivo, y lo no vivo. Y aunque algunos estarán en desacuerdo conmigo en la manera en clasificar los objetos como vivos o no vivos, de todas formas todo se extingue, se acaba, se pudre y se desintegra; se transforma en polvo para alimentar el suelo y el aire del inframundo, aquel caldero llameante al que todos han tenido miedo alguna vez, al que algunos todavía temen. Pero los perros mueren, las moscas mueren, los jazmines mueren, los peces mueren, las lilas mueren, los sauces mueren, las esperanzas mueren, aunque sean lo último en escaparse, y aún sin haber escapado mueren dentro de su encierro y terminan por desaparecer de aquella sellada caja que existe dentro de cada uno de los cuerpos de los hombres. La tierra muere, nuestro mundo se desmorona, los pilares que nos mantienen erguidos se hunden en la creciente marea que todo lo arrasa con el inquieto agua, a quien se le atribuye aquella maravillosa y devastadora cualidad de roer la piedra, la dura piedra. La lluvia se acaba (siempre que llovió, paró) y hasta la fruta más dulce, resguardada en lo más profundo de la copa del árbol más alto, cae y en la hierba muere y se humedece el suelo de almíbar para dar origen a la vida que encierra en lo más profundo de su putrefacto corazón, corazón delator de futuro y de aquella filosofía que hasta el momento no había tocado a la puerta de la muchacha: la mano del destino, todo por algo pasa, nada sucede en vano, toda muerte encierra una vida, toda puerta que se cierra, con su duro golpe, hace abrir una ventana. Aunque las ventanas abiertas no sean siempre las que muestran el mejor paisaje, las que iluminan mejor la oscura habitación que presentan al mundo, o las que permiten que el aire más perfumado de montaña, océano y campo entre a su gusto.
Y eso fue lo que a ella ocurrió…
Por Mara Y. Martinez, Octubre 2008
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