domingo, 4 de julio de 2010

Quizás mi más querido cuento


Historia y Recuerdos. Decisión


Caminaba con los pies descalzos en la tierra seca, trazando huellas los crujientes, de restos de ramas y hojas secas, que antes llenaban los vacíos troncos que completaban el paisaje a derecha e izquierda, adelante y atrás. Aún recordaba los días en que aquellos prados, llenos de árboles, teñían de verde el mar que llegaba a las costas cercanas del norte, un poco más allá, donde antes las nubes no tapaban el suelo. Llegó al fin a las costas grises, teñidas de llanto, donde la niebla le aplastaba los pulmones por fuera; y por dentro, le llenaba el corazón de penumbra. Tanto ya había pasado, tanto había vivido; y tanto recordaba, y odiaba hacerlo. Recordaba cada detalle, cada cara horrorizada a su encuentro, cada par de ojos claros que perdían en un instante de furia su esplendoroso brillo, cada matiz de rojo que regaba el piso. Quizás se arrepintiera de todo eso, pero no bastaba. ¿Y por qué lo hacía? ¿Por qué de repente ese repugnante sentimiento de culpa le invadía el alma? ¿Alma? Nunca había estado convencida de tener una, ¿por qué ahora sí? Y de repente comenzó a recordar otros matices, unos azules ojos de estrella, brillando suavemente en un castaño lienzo. Miraba sus pies y recordaba otros, cubiertos de cueros bien atados, otros pies bien entrenados para la guerra. ¿Guerra? ¿Entonces él también la entendía? ¿O no? ¿Por qué, si ella ahora se arrepentía, él nunca había parecido siquiera perturbado? ¿Era por los motivos que tenían para hacerlo, era por la manera, por las creencias? Él siempre había creído en su tierra, en su gente; y había vivido para protegerla. ¿Pero ella? Nunca había tenido un motivo, no uno propio. Nunca había creído en algo tan febrilmente cómo para cometer semejantes atrocidades; nunca había pensado que debía creer en algo. Pero allí sus pies estaban, dejando huellas en el suelo, y su mente, llena de motivos, y de creencias; y todas la llevaban a él, a pensar en aquellos ojos. Notó por primera vez que era capaz de todo, incluso de lo impensable, por él. Levantó la vista, antes absorta en el suelo y en sus pensamientos, y miró al frente. Extrañas y entrelazadas figuras delgadas y curvas se alzaban en el oeste, la rodeaban y se esfumaban entre el cielo taciturno que había descendido a la tierra. A lo lejos llegó a distinguir otra figura, alta, que se acercaba con paso lento y calmo, con la brisa, suave, en su contra; acompañado de pequeñas manchas que se movían a su alrededor como jugando juegos de otras tierra, de tierras lejanas donde aún llegaba el sol. Volvió a mirar y vio esperanza con pasos de hombre, vio azules estrellas rodeadas de pequeñas figuritas de niebla.

Y a su mente vino a parar un sentimiento que antes revoloteaba por los cielos de la razón; y una horrible sensación le llenó la boca de terror. Recordó cómo había perdido aquello que más quería, cómo por un simple descuido de su madre, se la habían llevado las criaturas de la noche, cómo se había quedado sola, bañada de rojo carmesí junto a un inerte y despedazado cuerpo, con los ojos abiertos a los cielos, secos del brillo azul turquesa que antes irradiaban sin importar cuán triste estuvieran. En realidad, ella no recordaba que los ojos de su madre hubieran estado alguna vez tristes. Quizás por eso la expresión de dolor que aún impregnaba el pálido rostro era tan impresionante, casi irreal. Recordó aquel sentimiento, aquel repugnante dolor llenando cada rincón de su alma; y no quería tener que recordarlo una vez más, ni quería que aquellas figuritas tuvieran que recordar alguna vez algo tan horrible. ¿Por qué no evitar el sufrimiento de otros cuando se les puede advertir del peligro? ¿Por qué no creer que una simple palabra puede evitar tanto dolor, tanta pena? Ahora entendía por qué todos los hombres hablaban la misma lengua, por qué todos usaban los mismos gestos. Pero, ¿por qué en su mente y corazón aparecían tantas preguntas? ¿Por qué ahora? Jamás hubiera siquiera pensado que ella o sus recuerdos pudieran ayudar a alguien, jamás hubiera pensado en el bien de otra persona. ¿Qué era eso que sentía?

-¡No lo hagas!- gritó – ¡No te acerques más!- No podía cargar con la culpa de causar dolor, no podía cargar con el remordimiento de saber que por ella alguien se fuera a sentir así, que por su culpa alguien sufriera lo mismo, o su mismo destino oscuro, aquel destino que, ahora lo entendía, odiaba.

Y finalmente todo se reducía al odio. El odio que las criaturas nocturnas le tenían a los hombres, el odio que ella sintió hacia su madre por su falta de prudencia; el odio que había causado la guerra de los hombres, el odio que el señor de sus tierras, que su amo, sentía por aquellos que lo habían odiado, el odio que ella sentía por su señor quién la había obligado a realizar todos aquellos actos despiadados, el odio que ahora ella sentía por su historia, por sus recuerdos, por su destino; el odio hacia cada paso que daba o había dado por el camino del dolor, causando pena a tanta gente; el odio hacia cada paso que la llevaría a volver a perder lo que ella más quería, hacia cada paso que siguiera el destino que el odio le había trazado.

Entonces… quizás el odio la salvara, quizás el odio los salvara. ¿Por qué no utilizar algo tan poderoso como herramienta a su favor? Si la gente usa cuchillos de piedra, si los hombres usan lanzas afiladas, ¿por qué ella no podía usar el odio? Cambiar odio por vida, ¿era una idea tan tonta? ¿Era algo tan difícil de creer? ¿Algo tan absurdo? Quizás no salvara todas las vidas, quizás la felicidad no los alcanzara a todos, pero ¿no era preferible algo de vida y felicidad que nada en absoluto más que odio, dolor y muerte? ¿No era preferible sacrificar un poco antes perderlo todo? ¿No era preferible perder para que otros ganen? ¿No era más importante la vida de los que uno ama que la propia? Creía imposible que pudiera estar pensando en eso, creía imposible que su mente y su cuerpo estuvieran tan dispuestos y decididos.

-¡Vete!- le gritó. La poca esperanza en forma de vapor que la rodeaba apenas le daba la ilusión de que él la escuchara y se alejara, que no fuera necesario tanto sufrimiento. Pero el terco corazón humano no entiende a la razón, y mucho menos al corazón de otro. -¡No quiero volver a verte nunca! ¡Vete por favor!- gritaba y suplicaba -¡No vuelvas más! ¡Vete!- su boca decía palabras repetidas, sólo para evitar pronunciar las que en realidad debía. Hasta que por fin lanzó sus crudas mentiras como una daga -¡Nunca te quise, vete! ¡¿No entiendes que no te quiero ver?!- ¿Acaso era un sueño, podía estar todo eso pasando? ¿Acaso la mentira podía sonar tan cruel, tan irreal, nunca tan errada y alejada de la verdad? Vio cómo la figura se detenía en seco, y las manchas que aún revoloteaban a su alrededor mostraban su confusión ante la espantada cara de su padre y las húmedas mejillas de su madre.

-Cuídalos por Dios- susurró a la brisa, esperando que ella llevara sus palabras a los oídos del hombre –Cuídalos y olvídate de mí, olvídate y sé feliz, olvídense y sean felices. Olvídense y perdónenme, entiérrenme en su memoria, en lo más hondo y olvídense de mí.- No pudo seguir mirando las caras aún borrosas, pero muy claras en su mente, de los que la observaban. Levantó uno de sus pesados pies y caminó pasos eternos, alejándose del hombre que la hacía feliz, y de las figuritas de niebla que le gritaban que volviera. Era imposible volver, era imposible borrar todo lo errado en su vida, era completa y absolutamente imposible que ella pudiera ser feliz sin sentir la culpa de haber tomado las vidas de todos aquellos desconocidos ¿Y por qué impedir a otros ser felices? ¿No estarían mejor sin ella? ¿Su ausencia no les evitaría el dolor, la obligación de huir de los males que la acechaban, de las venganzas pendientes que se debían tomar en su contra? ¿No era mejor así?

Rogó a los cielos que el hombre no la persiguiera, no podría continuar si le llegaba a tomar la mano. Caminó unos pasos más y escuchó crujidos de ramas y hojas secas que antes llenaban los vacíos troncos que completaban el paisaje a derecha e izquierda, adelante y atrás, y entonces se echó a correr.


Por Mara Y. Martinez, Octubre 2008

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